
Reseña de F. Valverde
EL POEMA ENCENDIDO
La casa a oscuras, de Javier Bozalongo. Colección Visor de Poesía. Madrid, 2009.
Por Fernando Valverde
En cada mudanza, en sus continuos pleitos con la vida, el poeta Javier Bozalongo (Tarragona, 1961) ha preferido cargar con la caja de los sueños que contenía lo mejor de él mismo a dejarse consumir por la pérdida. Tras plegar viejas banderas sin perder su tacto y su abrigo, con la seguridad del que escribe los poemas desde la compostura de quien los ha vivido, con la dignidad intachable del derrotado, Bozalongo ha sido capaz de apagar la luz de la casa y mirarla desde fuera, como quien observa el lugar en el que pudo haber permanecido el futuro.
El título de su último libro, galardonado con un accésit en el premio Jaime Gil de Biedma y publicado por la prestigiosa editorial Visor, no es sólo un íntimo homenaje al poeta Luis Rosales, sino que marca el simbolismo del conjunto, de un todo unitario. Sin desprenderse de la imagen del viajero que lo ha acompañado por sus libros anteriores, Bozalongo coloca sobre sus hombros esa caja llena de sueños y desilusiones, sin despreciar el cansancio y el dolor, valorando cada palabra, cada nuevo día. “Si avanzas hacia atrás / no vuelves al principio”, concluye en un poema titulado No, incluido en la primera parte del libro.
Después, el viaje lleva al lector por un lugar que va recobrando lentamente la luz, por una casa a oscuras que se nos vuelve visible gracias a los recuerdos del poeta, sin que el color negro de las paredes y su olor a cerrado nos impidan tocarla, palpar sus muebles y asomarnos a su melancolía, como en el poema titulado La manzana de Newton: “Si dejas que te invada / el sentimiento erróneo / de que cualquier pasado condiciona / lo que está por venir, / conseguirás tan sólo que crujan sin remedio / las articulaciones del futuro, / que la herrumbre se instale como un velo / nublando tu mirada”.
Antonio Machado, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, José Manuel Caballero Bonald… el pincel fino e irónico de los referentes literarios y vitales de Javier Bozalongo circulan por el libro sin la diplomacia propia de su autor, que fuera de los libros escoge con frecuencia la palabra menos dura, más tranquila, pero que en los poemas prefiere un verbo doloroso o un adjetivo con forma de cuchillo. “No cierres más lo ojos. / No ciegues más ventanas. / La luz, por más que duela, / certifica la pérdida”, escribe en su poema Perfil justo antes de interrogarse sobre el futuro: “Si busco la respuesta detrás de los espejos / sólo encuentro la marca / que queda en la pintura al descolgarlos, / como una cicatriz / que gusta acariciar, pero al rozarla / se hace otra vez herida”.
A lo largo de esa búsqueda a oscuras por la casa del pasado, el lector se va encontrando en los diferentes poemas-estancia de Javier Bozalongo con un paisaje de derrota al que el personaje poético no se resigna y que mantiene siempre una arriesgada apuesta a favor de la felicidad aunque sea consciente de que desconoce las reglas del juego, de que no sabe si le será más útil un trío o unas dobles parejas.
El recién galardonado con el Premio Cervantes, el mexicano José Emilio Pacheco, asegura en la contracubierta del libro que Bozalongo “escribe con el aplomo y la fluidez de quien lleva mucho tiempo en sus transacciones con la realidad”. Se trata, pues, de un poeta nuevo capaz de mirar el mundo con los ojos de un hombre experimentado, que ha revisado muchas veces sus sentimientos dentro y fuera de la literatura, y que ahora “pone su vida entera en nuestras manos”.
En una breve poética que incluye en el libro, Bozalongo explica que el primer verso puede ser brillante y el final sorprendente, pero que entre uno y otro debe estar uno mismo, nunca el silencio. Es la mejor versión de la poesía que conozco. La única capaz de iluminar desde los poemas una casa totalmente a oscuras sin necesidad de lámparas ni velas, con la luz invisible de los buenos poemas.