
El tango, una sensibilidad con rumor de arrabales
El poeta y periodista cubano recorre los orígenes suburbiales del tango y su evolución como una forma de entender la vida, y recuerda las ingenuas fiestas de Navidad en la isla, a mediados de siglo XX
RAUL RIVERO
Lunes
La poesía del tango
Tango se llama un palo flamenco y tango le decían los españoles a los lugares donde se divertían los esclavos. Hay muchos sitios en Africa que se llaman Tango y algunos lingüistas aseguran que la palabra surgió por la imposibilidad de los africanos de decir claramente tambor y pronunciaban tangó.
La verdad es que, surgida de los prostíbulos y tugurios de Buenos Aires a finales del siglo XIX, esa música que se canta, se baila y casi se puede tocar, recorre desde años los salones del mundo occidental y sus letras, que suelen ser dramas y novelas cantadas, tragedias de amor, abandono y derrota, influyen en la obra de poetas importantes de Hispanoamérica.
Los estudiosos hallan sus orígenes en las habaneras hispano cubanas, llegadas al Río La Plata mediante el intercambio comercial entre los puertos de La Habana y Buenos Aires. Los instrumentos de los primeros conjuntos eran el violín, la flauta, la guitarra y uno muy especial: un peine cubierto con papel de fumar y un artista que soplababa para marcar el ritmo. Todavía en aquellas zonas algunos músicos populares usan ese instrumento sin nombre, barato, elemental, que recuerda el sonido de la corneta china.Claro, llegó después para quedarse el bandoneón.
Los primeros textos de los tangos eran bastos y directos y, vistos en la distancia, están más emparentados con la pornografía que con la sensualidad, pero su evolución hacia historias de amor y de quebrantos, a asuntos personales, amarguras y separaciones como platos fuertes, le ha dado su presencia definitiva en escritores de relieve internacional.
Carlos Gardel es una referencia permanente como personaje y como esencia en la poesía de Juan Gelman, que es autor de un libro que se llama Gotán y escribió, en los 60, un poema dedicado al Morocho del Abasto que se titula Anclao en París. Algunos estudiosos creen ver también el fantasma del tango en poetas como Jorge Bocanera y Noé Jitric y en escritores de las promociones más recientes.
Creo que así como el bolero marca, a veces, el trabajo de poetas y prosistas de México, Cuba, Colombia, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana y Costa Rica, el tango es una influencia perceptible en escritores del cono Sur, aunque en toda Hispanoamérica y en muchas otras ciudades del mundo hay clubes, oleadas de fanáticos y peñas dedicados a esa filosofía de la vida que salió al mundo desde los arrabales de Buenos Aires.
Miércoles
Entre la nada y la felicidad
Los poemas de Javier Bozalongo le cantan a un país imposible.Traza una geografía que sólo un poeta puede inscribir en el mapamundi.En Hasta llegar aquí, un libro que acaba de publicar Cuadernos del Vigía, de Granada, se propone un acercamiento sentimental a ciudades que van desde Buenos Aires a Tarragona, desde París a Gijón y desde Lisboa a Madrid.
Son viajes donde se usan como boletos las palabras y como equipaje una carga más grave que un contenedor: la búsqueda. Y lo que el poeta busca es al poeta que él adivina y reconoce en los espejos.
Lo encuentra. Lo encuentra al fin en Granada y lo va enseñando por las páginas del cuaderno. Ahí aparece un autor que le pone a sus sentimientos una música interior para hacerlos llegar de un golpe a los lectores.
Me regocijan estos versos llenos de fuerza y delicadeza, una combinación rara y noble y me regocija porque siempre será un signo positivo terminar un año acompañado de buena poesía.
Viernes
Vida y muerte del Nacimiento
Las ingenuas y cálidas fiestas de Navidad tenían en la Cuba de los 50 un plato singular, un manjar añorado durante todo el año.Se llamaba montería. Era la carne que había quedado del cerdo asado de la Nochebuena, sofrito con mucho tomate y ruedas de unas cebollas blancas y brillantes como decían que era la nieve.
Con la montería, una misa y, por la noche, con un baile pagano rociado con rones y sidras que llegaban de España, celebraban los cubanos el advenimiento de Jesús a la Tierra.
Después, en la década del 60, el comunismo fue haciendo mucho más realista la celebración, más apegada al acontecimiento histórico.Hizo de la mayoría de las casas cubanas unos pesebres, donde lo único que se recordaba de los cerdos era el grito de agonía cuando el cuchillo del matarife iba en camino del corazón.
Llevaron entonces vinos de Argelia y de Bulgaria y unos pollos impávidos y serios, envueltos en celofán, con sabor a estopa de mecánico, que se vendían por la cartilla de racionamiento.Como era políticamente incorrecto tener creencias religiosas, se quedaron vacías las iglesias y en las fiestas nocturnas se prodigaba un ron pendenciero que convertía los salones de bailes en campos de batalla. El Estado no concedía licencia laboral por esas fechas y, como ya era dueño del empleo, nadie tenía derecho a trasnochar.
Tampoco había ya mucho ánimo, ni tiempo, ni recursos para festejar en Nochebuena, pero es verdad que unos tercos guajiros siguieron criando cerdos y esa cena, ahora con asientos vacíos y sillas de mimbre desfondadas y unas botellas turbias y raspadas se ponían a la mesa con vino de arroz y de papaya, con los alcoholes ocultos que tienen en su pulpa la guayaba, el marañón y los caimitos.
Después, ya en plena ortodoxia, cuando intentaron que el tocororo -que es nuestra ave nacional, un pájaro orgulloso que tiene los tres colores de la bandera- se hiciera primo hermano del gran oso Misha, se borraron definitivamente los festejos y sólo en algunas casas de familia de estirpe muy católica, en silencio, se recordaba la llegada del hijo de Dios.
Olvidar la Navidad los hacía hombres de confianza, tipos seguros, claros en su ideología, militantes de base del ateísmo científico, sin debilidades por la religión a quien el mismo Carlitos Marx, él en persona, había denominado el opio de los pueblos.
Ahora que Cuba ha vuelto a Dios, a todos los dioses, después de que el socialismo se derrengó como un buey viejo en el mapa de Europa, el Estado ha decretado un día feriado para que los cubanos celebren Navidad. Ya se autorizó de nuevo la alegría.Salieron del clandestinaje los católicos y una feligresía renovada vuelve a llenar los bancos de los templos. Los hijos de los cultos afrocubanos, cuyos sacerdotes -los babalaos- besan los anillos de los obispos porque idolatran las mismas imágenes con otros nombres, se unen a las celebraciones que empezaron el 4 de diciembre con Santa Bárbara (Shangó) y siguieron el 17 con San Lázaro (Babalú Ayé).
A las mesas de algunas familias regresa la montería (en otras habrá sidras y dulces y unas uvas) porque los que tuvieron que dejar la silla vacía envían desde el extranjero el dinero que le abren las puertas de las tiendas especiales donde la moneda con que se pagan los salarios tiene el mismo valor que los billetes del juego de Monopoly.
Así, más cerca que nunca de los pesebres y de Dios, se celebra este año la Navidad en Cuba, bajo la mirada severa de la dictadura, pero más cerca también de la esperanza y de la libertad.
Fuente: El Mundo. Sábado, 24 de diciembre de 2005. Año XVII. Número: 5.856.