Para Paula Bozalongo, abril de 2021
Nunca he sido muy dado a las ciencias exactas,
o más bien al contrario:
refugiándome siempre en las palabras
aprendí a contar sílabas muy pronto
sin prestar atención al resto de las reglas.
Y sin embargo, hoy,
sé que esta multiplicación
no se repetirá nunca jamás:
treinta por dos, sesenta
–los tuyos y los míos–.
Yo no te volveré a doblar la edad
ni tú tendrás ya más la mitad de la mía.
No debes preocuparte: son solo matemáticas
y no nos hace falta calcular estructuras
para saber que este edificio aguanta
porque lo construimos sobre tierra robusta,
con un cimiento sólido
para ir levantando, poco a poco,
las plantas que al final componen una vida.
Y, desde la atalaya, puedo ver como tú
vas subiendo peldaños, te acercas a la cumbre.
Solo puedo decirte que no mires abajo,
que te detengas solo para tomar impulso.
A tu lado estarán tanto los que te alientan
como aquellos que quieran impedirte el ascenso:
de los primeros toma el ejemplo que puedas,
de los demás, ni el agua que te ofrezcan.
Disfruta del camino sin olvidar la meta,
pero sabiendo siempre que lo más importante
está en cada etapa, cada pequeño tramo,
cada paso que das, uno tras otro.
Te dolerán los pies algunas veces,
te escocerán los ojos algún día,
tendrás frío en las manos en invierno,
pero todo será malestar pasajero
cuando alguien te abrace
o te ofrezca un pañuelo
o te acerque una manta.
Yo seguiré observando, al lado del camino,
anotando estos versos y otros muchos
que debes olvidar, para seguir creciendo
y escribir con los tuyos el libro de tu vida.
De Los días generosos